El profesor invisible

Hubo un tiempo feliz, cuando yo era un estudiante de bachillerato, del antiguo, lo que hoy sería ESO y bachillerato e incluso algo de primaria, en el que los profesores eran auténticas autoridades, no sólo en el Instituto, sino a nivel local. Y estoy hablando de Salamanca, donde su famosa universidad bien hubiera podido eclipsar el prestigio de cualquier profesor no universitario. Pero no era así, además era frecuente el paso de profesorado del instituto a la universidad.

No es de extrañar que con tradición familiar, afición docente, vacaciones, etc. y esa visión de profesión prestigiada, fuera el único de mi promoción que, desde segundo de carrera, tuviera clara mi elección profesional. El resto de mis compañeros/as se tuvieron que decidir después…

Como en mi época sacábamos las oposiciones a los veintitantos años, mis primeros años de docencia fueron muy satisfactorios: respetado e incluso querido por los padres y madres, lo mismo por los alumnos, chicos y chicas. Con una libertad de cátedra absoluta, en la que podías tomar las decisiones que quisieras, desde salir del centro con los alumnos en tus horas de clase, sin necesidad de programar previamente ni pedir docenas de permisos escritos, hasta hacer cualquier experimento didáctico. Con directivas que no interferían para nada en tu labor, y con directores que eran más amigos y/o compañeros que otra cosa.

Hoy en día, la sensación que tenemos los profesores es la contraria, somos poco considerados por gran parte de la sociedad, cuando no directamente odiados y para las autoridades no existimos. Somos invisibles.

Por si fuéramos pocos, ahora la pandemia

La vuelta al cole está sirviendo para demostrar mi hipótesis del profesor invisible. Un sujeto cuya opinión y derechos no cuentan.

Todo el mundo habla de si los niños contagian mucho o poco, de que si los padres tendrán derecho a cuarentena, de que hay que mantener distancias “sociales”, etc. ¿y los profesores? ¿no se contagian? ¿tendrán derecho a cuarentena?

Tratados como ganado

Las colas de profesores para hacerse una prueba serológica de Covid-19 en la Comunidad de Madrid son un perfecto ejemplo de hasta donde se minusvalora a los profesores. ¿Para qué sirve una prueba serológica a todo el profesorado? ¿Para saber quién ha pasado la enfermedad y echarlo a los leones?

Es cierto que la comunidad de Madrid tiene el dudoso honor de ser la pionera en esto de arremeter contra el profesorado, recordemos las infames declaraciones de Esperanza Aguirre sobre los horarios de los profesores, o sobre los resultados de la oposiciones, acusando de ignorantes a los profesores.

Ghosting

Me encanta la expresión “ghosting”. Podría traducirse por algo así como “fantasmarse”, como en la película “After Earth”. Adquirir la cualidad de desaparecer de la vista de los demás, dejar de existir para ellos. Lo malo es que a los profesores nos están “fantasmando” contra nuestra voluntad.

Los que empezamos hace muchos años nuestra carrera docente hemos visto como, progresivamente, el profesor ha ido desapareciendo hasta llegar a no “pintar nada” en la administración del centro. Los claustros no tienen ningún poder decisivo, han pasado de ser un derecho del profesorado a una aburrida audición de informes de directores y demás y, además, de asistencia obligatoria.

Sobre lo que puede o no hacer un profesor, ya hemos hablado más arriba. De hecho los antiguos funcionarios éramos “propietarios” de nuestras plazas y teníamos montones de derechos. Ahora debemos de ser poco más que “okupas”. Sucesivas leyes educativas han ido conformando un ecosistema en el que lo único bueno para muchísimos profesores es la jubilación anticipada, cuando antes un porcentaje importante se quedaba hasta los setenta años.

El invisible profesor actual es un ente que no tiene derecho prácticamente a nada. El jefe de departamento lo elige el director sin necesidad del antiguo “oído el departamento”, y muchos lo hacen de forma despótica, claro.

Si suspendes a un alumno y les da por reclamar a él y a sus padres, vivirás un calvario de informes, visitas de la inspección pidiéndote que enseñes un cuaderno de clase que no existe en la legislación, para acabar sufriendo el escarnio de que la Consejería termine por desautorizarte y aprobarle lo que tú habías juzgado como claramente suspenso, ya que, si no hubiese sido tan claro, ni te habrías atrevido.

En fin, es muy dura la vida como espíritu libre e invisible.

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