Sapa. Arrozales y montañas

Si Vietnam está en “el quinto pino”, Sapa está en “el quinto pino” de Vietnam. Allí por no llegar ni llegó la guerra, como en la canción de Serrat. Esto es rigurosamente cierto, en el mapa de bombardeos de la guerra de Vietnam que vimos en el museo de la guerra de Saigón, del que hablaremos cuando lleguemos a esa etapa, vimos cómo no aparecía ninguno sobre Sapa y menos todavía al norte de esta ciudad.

Y sin embargo, el destino es un clásico en cualquier viaje a Vietnam, sus arrozales en terrazas en las montañas son imágenes que dan la vuelta al mundo.

El viaje hasta Sapa

A Sapa se llega habitualmente desde Hanoi en un viaje de 5 o 6 horas. Se puede hacer en tren nocturno en camarote compartido o coger uno de dos plazas, que llega a Lao Cai y luego tienes que coger un autobús. Nosotros pensamos que no estábamos para trenes litera. Un compatriota que conocí en Sapa me contó que habían ido en él y que no habían dormido casi. Normal. Creo que acertamos.

La segunda opción son autobuses con compartimentos tipo litera, o algo parecido, que circulan tanto de día como de noche. Coincidimos con varios de ellos en las paradas de camino o en Ninh Binh y nos llamó la atención que los pasajeros se ponían unas chanclas al bajar del autobús. Vamos, que dentro iban en calcetines o descalzos . Me da la impresión de que pueden ser la mejor opción.

La tercera opción, salvo que te pagues un viaje en vehículo privado o que te alquiles un coche, es ir en una “van”, o sea, en una furgoneta de las que pomposamente llaman “luxury limousines”, llevándonos a un cierto engaño. Nosotros cogimos ida y vuelta en una de estas (Green Lion Bus) a través de Bookaway. Preferíamos viajar de día y dormir en hoteles. Nos costó 60 euros ida y vuelta los dos.

La elección no fue demasiado afortunada. Tuvimos una desagradable entrada porque el conductor nos obligó a ponernos en los últimos asientos, aunque estaba vacío, porque decía que los sillones buenos estaban reservados “para un señor mayor”. Tras una discusión no nos quedó más remedio que aceptar porque el tío amenazaba con sacar nuestro equipaje y echarnos de la furgoneta. He visto en las reseñas más quejas de este tipo y nos dio la sensación de que discriminar a los turistas frente a los autóctonos debe ser una práctica común en estos transportes. Protesté a la agencia y ¡me devolvieron 3 euros! ja, ja.

Por cierto, cuando por fin subió “el señor mayor”, lo emplumaron al asiento de mi lado, atrás del todo. Se descalzó, se puso música asiática a todo volumen, me cerró la ventanilla dejándome sin oportunidad de ver el paisaje y se durmió practicando un “manspreading” (“espatarre” para los que no sepáis inglés). Eso sí, se despidió tan cariñoso que casi me da un beso.

En la furgoneta no se iba nada bien. Los baches, hiperabundantes en la autopista, te machacaban los riñones debido a que los amortiguadores no debían de estar muy nuevos. Pero bueno, cumplió su misión.

Por cierto, y como anécdota, en una de las paradas compré dos botellas de agua por 20.000 dongs. Le di a la del puesto un billete de 100.000 y, con toda su cara, lo cambió por uno de 20.000 delante de mis narices y no me dio vuelta diciendo que eso, que eran “twenty”. Había leído sobre estas estafas y a pesar de que me di perfecta cuenta, no quise más líos por tres euros, y menos después de la gresca con el conductor. Afortunadamente, no volvió a pasar casi nada parecido en todo el viaje.

El hotel

Lo bueno del transporte elegido es que te deja en la misma puerta del hotel.

El hotel que cogimos tenia una habitación bastante buena y estaba en buen sitio, al lado del hotel “La Coupole”, un hotelazo de cinco estrellas, construido en la época de dominación francesa, que no me decidí a coger, obviamente por el precio.

Lo curioso de este hotel es que en realidad era un centro de masajes. Toda la planta baja eran sillones para masajes y, por lo que vi, la mayor parte de las habitaciones también.

El sitio era súper ruidoso. De los seis alojamientos que hemos tenido en Vietnam, creo que ha sido el peor, sobre todo por el ruido. También es cierto que ha sido el más barato, unos 38 euros la noche, sin desayuno.

Desde allí mismo sale el tren que enlaza con el teleférico que sube al Fansipan. Como era viernes por la tarde, la recepcionista del hotel, un encanto, nos dijo que a pesar de que arriba estaba nublado, subiéramos esa tarde porque al día siguiente, sábado, iba a haber unas colas interminables. Ella misma nos compró los billetes y mandó a un botones a por ellos.

El Fansipan. El pico más alto de Vietnam

El Fansipan mide 3.143 metros. Es el pico más alto de toda la península de Indochina. En realidad, en vietnamita se llama Phan Xi Păng, aunque su nombre se ha occidentalizado debido al turismo.

Aunque se puede hacer un trekking a su cumbre, bastante duro por lo que cuentan, lo habitual es subir en un teleférico, que es lo que hicimos nosotros.

Por cierto, es bastante caro: el billete conjunto tren y teleférico nos costó 76 euros, los dos. A lo que hubo que añadir otros casi 30 euros del tren de cremallera del último tramo. Es curioso que con esos precios estuviera atiborrado de vietnamitas. La gente en Vietnam no es pobre en absoluto.

Pongo esta insignia que vi en la tienda porque me trajo recuerdos de nuestro antiguo “Club Alpino Peña Negra”. Seguro que algunos os acordáis.

El trayecto a la cumbre del Fansipan se compone de tres tramos. El primero se hace en un tren de época, construido por los franceses, aunque luego restaurado, que es una preciosidad y que merece un viaje en sí mismo.

Nada más salir de la estación, que es subterránea, cruza un fantástico viaducto en el que empezamos a alucinar con las vistas de los arrozales y las montañas.

La estación superior es una auténtica preciosidad. Es un edificio de hierro y cristales, que recuerda a otras edificaciones francesas. No he podido encontrar información sobre su construcción.

El segundo tramo es el teleférico en sí. Se puede llegar a su base en un taxi o moto en vez de en el tren. Es un telecabina de unas 20 plazas por cabina que se coge en marcha sin que acabe de parar, y que dentro tiene asientos. Nos llamó muchísimo la atención que mientras que nosotros íbamos locos por asomarnos y hacer fotos, al resto de los pasajeros, todos asiáticos, parecía no interesarles el paisaje. Las fotos de debajo son una pequeña muestra de que merecía la pena asomarse.

El teleférico atraviesa el valle sobre los arrozales y luego se interna en una zona muy montañosa con un tupido bosque y cascadas.

La estación superior da acceso a una zona de templos que apenas pudimos atisbar por la niebla. Una pena.

Para consolarnos pongo aquí un vídeo “oficial”, tomado de youtube de lo que hay arriba y que no se debe de poder ver casi nunca.

Tercer tramo. Todavía para llegar a la cumbre hay que coger un funicular de cremallera, que se ve brevemente en el vídeo anterior y que nos costó 470.000 dongs, algo más de otros 20 euros. La gracia de este segundo funicular, aparte de llevarte hasta la cumbre, es que, con buen tiempo, podrías haber bajado andando las quinientas escaleras e ir visitando todo el complejo. No fue nuestro caso…

Nos consolamos haciendo lo que muchos de los vietnamitas que habían subido hasta allí: hacernos una foto, cual “conquistadores de lo inútil”, o sea de la montaña, ondeando la bandera de Vietnam. Fue complicado porque hacía viento…

Reconozco que en plena campaña electoral en España, tenía un cierto morbo hacerse una foto ondeando una bandera comunista.

La cena: Lau Ca Tam (Hot pot en inglés)

¿Cómo elegir un sitio para cenar en Sapa si todos se llaman Nha Hang algo? Así que tras una complicada búsqueda en la que nos parábamos delante de cada restaurante que tuviera buena pinta y mirábamos su valoración, nos inclinamos por uno que se llamaba, ¿cómo no? “Nha Hang Hoa Hong” y que tenía una terraza a la calle. Por cierto, ¿te has fijado que en vietnamita todas las palabras son de una sílaba?

Eramos casi los únicos occidentales a pesar de que estaba bastante lleno.

Pedimos lo que parecía el plato estrella porque las familias lo estaban comiendo casi todas: Lau Ca Tam, Hot pot en inglés, o cazuela u olla caliente en español. Parece que es uno de los platos más tradicionales de la zona, que se come, sobre todo en ocasiones, con toda la familia reunida en torno a la cazuela. A mi la idea me recordó al cocido español.

Bueno, consistía en una especie de sopa, y es que en Vietnam, salvo los rollitos, casi todo son sopas… Era el plato más caro del menú, 500.000 dongs, unos 20 euros.

Nuestra camarera, Phuong, estuvo encantada de explicarnos con todo detalle cómo hacerlo y de posar haciéndolo.

Pongo su nombre porque están bastante obsesionados con las reseñas en Trip Advisor o en Google Maps y te lo dan de propia iniciativa para que los menciones en ellas.

Bueno, de todas maneras, la chica era un encanto.

Como se ve en la foto, el plato es una olla sobre un infiernillo de gas en el que va cociendo un caldo de verduras al que se le echa tofu, unas setas alargadas y esturión o salmón, ambos peces de la zona. Nosotros elegimos esturión.

Cuando se te acaba el tofu, el esturión y las setas, se le añaden unos noodles, me imagino que para que no te quedes con hambre.

La plaza de Sapa

El centro de la vida de esta pequeña ciudad es la plaza donde se encuentra la catedral católica, de la época francesa, y los principales hoteles, destacando La Coupole.

A mi, salvando mucho las distancias, me recordó a la plaza de Marrakesh. Con su mezcolanza de turistas, mendigos, y grupos de gente cantando o haciéndose fotos.

Si te fijas en las fotos verás que apenas hay occidentales. Nos miraban subrepticiamente con curiosidad e incluso unas niñas nos pidieron hacerse una foto con nosotros. Nosotros los fotografiábamos a ellos y ellos a nosotros…

Llama especialmente, y tristemente, la atención, la explotación infantil en forma de mendicidad de los niños de las etnias de la región. Vestidos con trajes típicos, los tienes allí bailando hasta altas horas de la noche, que allí son las 10, forzados por sus madres a seguir bailando todo el tiempo. En algunos casos, los vimos portando a sus espaldas a bebés de pocos meses. Encima, no vimos que nadie les diera dinero, la verdad.

El trekking a Ta Van

A Sapa se va, principalmente, para hacer un trekking entre los arrozales, aunque parece que esa moda no ha llegado a los miles de turistas vietnamitas que la visitan, quedándose como algo que, por lo que vimos, hacemos sólo los turistas occidentales.

Mucha gente contrata un trekking con alojamientos en una casa en alguna aldea de la etnia Mong, la más frecuente. A nosotros, sinceramente, no nos apetecía dormir en un colchón en el suelo en una casucha por muy Mong que fuera. Nunca me gustó el “turismo de pobreza”. Así que nuestro trekking fue de un sólo día y al sitio más clásico, hasta la aldea de Ta Van.

También es muy frecuente contratar directamente con alguna de las muchas mujeres que te lo ofrecen en la misma calle y que debe salir mucho más barato que lo que nosotros contratamos en una agencia, a las nueve de la noche, para el día siguiente. Nos resultó muy caro, 64 euros al cambio, aunque incluía la comida y una guía que resultó excelente, llamada Bla.

El trekking en sí mismo sí que tiene algunas “cosillas” que sería conveniente conocer de antemano. La primera es la del calzado. Como hay mucho barro, unas botas de goma, tipo katiuska, son prácticamente imprescindibles. A nosotros nos la proporcionó la agencia en alquiler, por mediación de Bla, pero vimos a unos españoles que iban con sus zapatillas de deporte y las dejaron para la basura. Un paraguas plegable que allí lo compras por 2 euros es también una muy buena opción. Si le añades un gorro para el sol y la lluvia y un chubasquero ya tienes el equipo completo. Lo normal es que acabes metiendo y sacando de la mochila parte de este equipo en las pocas horas que dura el “paseo”.

Una cosa muy curiosa es que al inicio del trekking, te das cuenta de que se han unido al grupo un par de mujeres vestidas de forma tradicional. Se supone que te ayudan en los pasos difíciles, algo completamente innecesario salvo que seas “un pato”.

Yo con mis botas, Bla, la guía, y las dos “espontáneas”

Su objetivo real es que te vayas encariñando con ellas y cuando llegas al final, te venden unas artesanías propias de su etnia. A precio de turista, claro, pero ¿cómo te vas a negar? Nosotros les acabamos comprando unas fundas de cojín, a ocho euros cada una, a la mitad de lo que nos pedían inicialmente, pero como eran dos señoras, acabamos pagando 32 euros. Debió ser un buen negocio para ellas, o no tanto, véte tú a saber…

Bueno, el trekking en sí es ir desde Sapa hasta Ta Van, una aldea en el valle a unos siete kilómetros, por atajos que evitan en parte la carretera. No es gran cosa y menos para el precio. En España hacemos trekkings mucho más complicados sin necesidad de guía ni nada parecido. Si vas por tu cuenta, creo que te cobran por entrar al valle… Los turistas estamos para ser explotados.

Al menos la guía resultó muy amena e interesante y nos contó la dura realidad de la etnia Mong y la vida en sus pueblos. Básicamente, que las únicas que trabajan son la mujeres y que los hombres están todo el día borrachos.

Por el camino encontrábamos a niñas y mujeres de esas poblaciones dedicadas al sano “deporte” de vender cosas a los caminantes. Nos gustaron especialmente unas niñas a las que les compramos unas pulseritas de esas de cinta de colorines. En realidad, lo que yo estaba comprando era la oportunidad de inmortalizar su simpatía en las fotos tan bonitas a hacernos con ellas. Vaya una muestra:

Nuestras “vendedoras” de pulseras, Bla, y al fondo una de las “espontáneas” durante un descanso.

Una de las niñas tenía una mancha roja en la frente, que interpretamos como una especie de nebus, pero Bla nos contó que no, que era el resultado de que le habían aplicado medicina tradicional, una especie de ungüento caliente con cuerno de búfalo, hierbas y no se qué. Todo para que se le pasara un dolor de cabeza… Posteriormente vimos una señora con unas señales en el cuello tremendas, que por lo visto eran para los dolores de garganta. Vamos, peor el remedio que la enfermedad. Literalmente.

El trekking dio mucho más de sí. Un poco más adelante, encontramos a unas señoras que hilaban marihuana, en serio, plantan marihuana, no para fumar, lo tienen seriamente prohibido, sino para tejer sus artesanías.

Luego comes en un restaurante con vistas, visitas un centro etnográfico, caminas entre arrozales y te acaban recogiendo en una furgoneta y te devuelven al hotel.

En resumen, resulta bastante interesante y el paisaje es precioso.

Sábado noche en Sapa

Más arriba de la plaza que ya he mencionado, existe otra zona de restaurantes, bares y de todo, con muchas luces, que lleva hasta el lago, la estación de autobuses (un descampado) y el mercado.

Nos fuimos a cenar por allí, en un restaurante que se anunciaba como de la etnia Mong y que era un poco más caro de lo habitual. Nos interesaba porque tenía terraza y nos apetecía ver el ambiente. Y el ambiente resultó increíble, cientos de personas, quizá miles, recorriendo la calle arriba y abajo. Lo último que te imaginabas en una recóndita población de montaña.

Parece ser que es lo habitual los sábados en Sapa. Montones de autobuses transportan a la gente de los pueblos próximos, que se dirigen a un mercado nocturno o simplemente pasean por allí. Me recordó mucho a lo que he visto en cabeceras de comarca de nuestro país, como Villablino o Cangas de Narcea, por decir los primeros que me vienen a la cabeza, aunque mucho más exagerado.

La comida no estuvo mal, pinchitos de cerdo “negro”, se supone que de las montañas y pollo un poco raquítico, la verdad. Acompañado de salsas.

Hemos comido cosas mejores en Vietnam, pero esto se supone que era comida típica de la etnia Mong, o sea, exclusiva de Sapa, y había que probarla.

El lago

Después de cenar seguimos nuestro paseo por la zona desde la que llegaba tanta gente. Encontramos una zona super iluminada de restaurantes y bares, con música a todo volumen, junto a un lago precioso que no habíamos visitado todavía.

Sapa no dejaba de sorprendernos y encima éramos casi los únicos occidentales entre el mogollón.

El mercado

Por la mañana, y antes de emprender el viaje de vuelta, volvimos a la zona del lago para visitar el mercado que se encuentra al otro lado.

Lo más interesante es ver qué cosas más raras vendían: setas, raíces, bolsas con extraños contenidos…

Es interesante ver que había unas bolsas ya preparadas que nos llamaron mucho la atención. Creíamos que era para hacer caldo. Menos mal que no. Su uso es mucho más vietnamita, lo he buscado en internet:

Según los investigadores, el rey Minh Mang reinó entre 1820 y 1840.

Cuando fue coronado, el rey ordenó a los funcionarios médicos que lo ayudaran a recuperar su salud. Los médicos reales prepararon un tónico remojado en vino para que el rey lo usara todos los días y fue muy eficaz. Ese remedio, hoy en día todavía se transmite con el nombre de “Minh Mang thang”.

Minh Mang Thang tiene dos de sus canciones más famosas: “Nhat Da Luc Giao da a luz a cinco muertes” (una noche tiene relaciones sexuales 6 veces, da a luz a 5 hijos) y “Nhat Da Ngu Giao da a luz a cuatro hijos” (una noche tiene sexo 5 veces, dio a luz a cuatro hijos). 

o sea, que el tónico en cuestión tiene dos efectos:

El primer efecto es que, en términos de fisiología, el rey tiene salud para servir a los tres palacios y a los seis palacios, en una noche puede satisfacer a 5-6 concubinas, dio a luz a 142 hijos: 78 príncipes y 64 reinas. 

El segundo efecto es en términos de espíritu e intelecto: el rey Minh Mang estaba activo por la noche, pero aun así mantenía la corte todos los días y montaba a caballo incansablemente.

Si lo llego a saber antes me compro todas las bolsas…

Y así, nos fuimos de vuelta de Sapa a Hanoi, camino de la bahía de Halong, la siguiente etapa

Compartir:

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.